martes, 7 de enero de 2014

Título del fanfic: Por siempre tú
Personajes: Ana Rivas y Teresa García, entre otros.
Autor: natyxg

Notas:

El siguiente fanfic está inspirado en los ya mencionados personajes de Amar en Tiempos Revueltos. Son personajes a los que le tengo mucho cariño y cuya historia se me sintió incompleta, por lo que decidí, poco a poco, contar cosas de ellas que sentí se quedaron sin contar.

Los personajes le pertenecen a Diagonal TV, RTVE y otros tantos que seguro ni conozco. Si quieren ver su historia completa en pantalla, pueden hacerlo en http://www.rtve.es/television/amarentiemposrevueltos.shtml . Sus temporadas son la 4ta y la 5ta, y un tramo de la 7ma.

La siguiente historia comienza luego del final de la 5ta temporada. En mi versión, sin embargo,  hay cosas diferentes a lo que vimos en pantalla en los últimos capítulos. Ya  ya irán quedando claras las diferencias. Creo que la mayor diferencia es que Teresa no se acostó con Héctor antes de irse con Ana a Santander.

Este es mi primer fanfic, así que ténganme paciencia (y a Teresa). Lo hago con mucho amor y se lo dedico a mis amigas del foro de foroamar.foroactivo.com, fusión, madrid y Junco. Espero que les guste.

PARTE 1

CAPÍTULO 1: "La llegada"




Santander, 1953



CAPÍTULO 1: "La llegada"

El mar no siempre se ve azul.

Ana lo notó la primera vez que lo vio, durante su primer viaje con su familia a Santander. Apenas tenía siete años, y todo se sentía gigante.

Marta había preferido quedarse en la casa organizando su armario y sus cofres de joyas. Ramón había salido a arreglar unos asuntos suyos, asuntos de mayores sobre los cuales no se le dan muchas explicaciones a los niños. Encarna, ante la insistencia de Ana, había bajado con ella a la pequeña playa privada que quedaba casi en el patio de su casa. Juntas, mano en mano, habían caminado un rato por la playa.

Ese día el cielo estaba nublado y mustio, y el mar, en vez de amigable, parecía parecía triste. Ante los ojos curiosos de Ana, ese día el mar no era azul como solían decir sus libros.

"El mar refleja al ánimo del cielo, querida", le contestó Encarna con una sonrisa. Y Ana se preguntó, entonces, por qué a veces el cielo está triste.

"Al menos hoy el mar parece alegre." La suave voz de Ana sale por la ventana abierta por la que mira, y es llevada por el viento.

Hoy el cielo santanderino reluce su más bello color azul. Los pájaros vuelan alegremente. La brisa es fresca y el paisaje agradable. A lo lejos, la playa del Sardinero está llena de vida y alegría.

Hoy es un buen día para soñar. Es eso lo que Ana hace mientras mira por la ventana y por momentos recuerda. Para ella el silencio dentro del coche conducido por Dionisio no es incómodo ni preocupante porque al final Teresa vino con ella y Ana, por primera vez en mucho tiempo, se permite a sí misma a tener esperanza.

Teresa acaba de dejar a Héctor.

Recostada en su propia ventana, al extremo opuesto de Ana, Teresa mira (sin mirar realmente) el paisaje, y juega con el anillo en su dedo anular.

Teresa acaba de dejar a Héctor para irse a cuidar a Ana.

"¿Cómo?" Pregunta Teresa, sacada de sus propios pensamientos al escuchar la suave voz de Ana.

"Nada. Que el día está precioso hoy. Parece un buen día para comienzos, ¿no crees?" La mirada de Ana es penetrante y sus palabras esconden una tímida pregunta que Teresa no sabe cómo contestar.

"Sí, sí, sí. Precioso. Las fotos no le hacían justicia."

"Deja que bajes a la playa, te va a encantar." Ana, sonriente, le agarra la mano a Teresa y, sin soltársela, mira de nuevo por la ventanilla. . El gesto es cariñoso e inocente, pero para Teresa es como si su mano ardiera.

Teresa recuerda lo que alguna vez hicieron esas manos.

La mano de Teresa suda dentro de la de Ana. Cuando el dedo de Ana acaricia los suyos, Teresa súbitamente aleja sus mano de la de Ana para hacer el amago de buscar algo en su cartera.

Al hablar, su voz casi le tiembla pese a su intento de ternura y familiaridad. "Siempre y cuando no sigas con lo del bañador, que te conozco y cuando se te mete una idea en la cabeza...."

Ana ríe como solía reír antes de... todo. Por un momento, ante los ojos de Teresa aparece la Ana de antes, la jovencita alegre que desde el primer momento le cautivó el corazón y se convirtió en la mejor amiga que pudo haber pedido.

"No creas que lo he olvidado. Ya lo conseguiré. No sé si te habrás dado cuenta, pero cuando quiero puedo ser muy convincente."

Esta vez las sonrisas de ambas son genuinas y relajadas, por primera vez desde que salieron de Madrid.

Por primera vez desde que salieron de Madrid, Teresa se permite a sí misma mirar a Ana a los ojos y mantener su mirada fija. Ana, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, extiende su mano nuevamente para agarrar la de Teresa.

Teresa acababa de dejar a Héctor para irse a cuidar a Ana, y Ana tiene la esperanza de que Teresa la ha elegido a ella.

"Hemos llegado."

La voz solemne de Dionisio interrumpe el pequeño momento entre ambas, quienes se alejan de golpe y algo trastocadas. Al mirar por la ventanilla del coche, una enorme casona blanca las espera, preciosa e imponente.

"¿Estáis listas?" pregunta Dionisio.

"Por supuesto." La respuesta de Ana es inmediata y sin titubeos.

Teresa, por su parte, mantiene silencio.

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Desde fuera, la casa es preciosa, y grande y blanca. El sol santanderino la hace brillar con un destello muy particular. Tiene tres pisos y un estilo elegante, pero sencillo. Es muy privada también, la última en una línea de casas parecidas en una sección de Santander que Teresa infiere es muy exclusiva.

Parada allí frente a su entrada, a Teresa le parece un castillo sacado de una novela: enorme e imponente, pero a la vez mágico.

Dionisio, eficiente como siempre, baja las maletas del coche y las carga hasta la casa.

"Es preciosa, Ana."

El asombro de Teresa no puede ser más enternecedor. No pudiendo suprimir su sonrisa ni reprimiendo su necesidad de tenerla cerca, Ana pone su brazo alrededor de la cintura de Teresa y la acerca lo más posible.

"Más todavía ahora que estarás en ella." Susurra Ana a su oído. Su aliento corre por la piel de Teresa. Al mover su rostro, su mejilla rosa la de Teresa.

El temblor que corre por el cuerpo de Teresa no es de frío.

Teresa cierra los ojos por un instante y traga fuertemente antes de menear su cabeza para aclarar sus pensamientos.

"Ana..." Su voz tiene un toque de súplica, pero Ana no tiene claro si lo que quiere es que siga o que lo deje.

¨ ¡Señorita Ana!¨ Una voz femenina, algo chillona, pero cálida, las interrumpe.

Teresa se aleja de Ana tan bruscamente que termina a un pie de distancia de ella, y le evita la mirada.

"¡Dios mío, está hecha toda una mujer, Señorita Ana!"

Josefa, una mujer de unos cuarentaitantos años, se acerce a ellas, sonriente. El delantal lleno de harina, pelo algo desalineado y manos un poco sucias insinúan que ha pasado la tarde entera metida en la cocina. Su rostro tiene ese toque que tienen las personas sencillas, pero cariñosas.

Tanto a Teresa como a Ana les recuerda a esa Carmen que tan lejos está.

No dejando hablar a ninguna de las dos, Josefa se acerca a Ana, pero en el último momento no lo hace porque las buenas formas no se lo permitirían. Al ver el vientre de Ana, su rostro se entristece un poco.

"Embarazada y viuda tan joven, vaya por Dios. Por aquí nos enteramos de esas cosas, por el periódico, sabe, y la he tenido en mis oraciones. Siempre me acuerdo mucho de su familia, también, que en paz descansen" dice Josefa, haciéndose la señal de la cruz y mirando al cielo. La atención de Ana está más que nada en Teresa, pero le responde cariñosamente a la mujer.

"Muchas gracias, Josefa. Yo tengo muchos buenos recuerdos de usted. Y seguro que con nosotras trabajará tan eficientemente como siempre" Contesta Ana. Josefa sonríe orgullosamente y se limpia una mano en su delantal antes de agarrar la de Ana, en señal de apoyo.

"Teresa, esta es Josefa. Ella y su marido se han encargado de la casa desde... siempre. Tengo muchos buenos recuerdos de ellos, de cuando solía venir con mis padres."

"Y nosotros de usté." Responde Josefa antes de cambiar su atención a Teresa y extenderle la mano. "Mucho gusto y le doy el pésame por su hermano, que mira que la vida se ha ensañao con todos ustedes."

"Gr-Gracias. Sí. ha sido muy duro."

"Bueno, ya basta de presentaciones y pensamientos tristes, ¿eh? ¿Han preparado las habitaciones?" Dice Ana, tratando de aligerar el ambiente, sus ojos buscando constantemente los de Teresa.

"Sí, Señori - bueno, será Señora - No tocamos nada de lo que había dentro, pero lo tenemos todo reluciente."

" ¿Quedaban cosas dentro? ¿Cosas de mis padres?" Ana frunce el ceño. La sorpresa es evidente en su voz.

Al notar el cambio en el semblante de Ana, Teresa, sin pensarlo, pone una mano en la espalda de Ana y la otra en su vientre. Le habla con su voz llena de ternura "Ana, no pensemos en eso ahora, podemos dedicarnos a ordenar la casa luego. Ha sido un viaje largo. ¿Verdad, Josefa?"

"Sí, sí, claro. Nosotros le ayudamos en lo que sea, yo le tengo hasta la cena prepará, pero usté tiene que descansar. "

Mirando fijamente a Teresa, Ana pone su mano sobre la de Teresa en su vientre y asiente con la cabeza.

"Muy bien. " Contesta Teresa, sonriente.

Teresa acaba de dejar a Héctor para irse a cuidar a Ana, y Ana tiene la esperanza de que Teresa la ha elegido a ella....pero Teresa lo único que tiene claro ahora mismo, lo único que no la desconcierta, es que quiere cuidar de la salud de Ana y su sobrino. Eso eso sí está claro, y en eso se concentrará. Por ahora.

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Por dentro, la casa resulta ser tan preciosa como por fuera. Tiene tres pisos y habitaciones enormes, y Teresa piensa que se podría perder fácilmente.

Los techos son altos y de ellos cuelgan unos candelabros que seguro costarían más que un año entero de su sueldo de encargada en los Almacenes Rivas. Las ventanas son grandes y dejan entrar la luz del sol, lo que hace que las habitaciones parezcan más espaciosas de lo que son, y eso que de por sí son grandes.

La decoración de la casa no es moderna: tiene unos aires de principios de siglo que, de cierta manera, la hace más acogedora aún.

El día resulta más ajetreado de lo que Teresa y Ana habían esperado, entre las maletas, los cuartos, la cena.... Cosas cotidianas que si no fuera por el cansancio les resultarían una tontería, les parecen una pesadez. Sin embargo, todos se aseguran de que el ajetreo no se lo lleve Ana. Si hay alguien que siempre logra conseguir que Ana ceda, esa es Teresa, y ante su insistencia, aunque muy a su pesar, Ana se mantiene prácticamente al margen de todo. La Rivas se dedica, simplemente, a caminar por la casa.

A recordar.

Las gestiones hacen que Teresa también camine por la casa. Mientras más ve de esta, más clase y encanto le encuentra. Sus tres pisos y seis habitaciones la hacen más que cómoda para ellas dos. El sol la llena de luz y de vida, y la decoración, aunque sencilla, es muy sofisticada. Josefa y su esposo Franciso habían hecho un gran trabajo poniéndola en orden. Teresa piensa que aún no es un hogar, pero fácilmente podrá serlo por la acogedora, y por lo llena de paz y de belleza.

Durante su paseo inicial por la casa, Teresa no puede creerse que será allí donde vivirá hasta el nacimiento de... bueno, del niño de Ana, cuyo nombre no se ha decidido. Las cosas con Héctor quedaron en el aire y eso la angustia, pero al menos tiene la sensación de que esa casa podrá ser un rinconcito acogedor para ellas....un lugar donde poder procesar todo lo que había pasado y el que... el que las cosas entre ellas también estaban en el aire.

Para Teresa, sin duda, el lugar más asombroso lo es la biblioteca enorme en la planta baja. "Puedes leer lo que quieras, que hay de todo." le había dicho Ana cariñosamente, y Teresa no había podido evitar la sonrisa ilusionada que se plasma en su rostro.

El recorrido de Ana por la casa, sin embargo, no es tan placentero como para Teresa. Justo como le había comentado Josefa, la casa está llena de la cosas dejadas atrás por los Rivas... está llena de recuerdos, y con esto Ana no había contado cuando había decidido mudarse a allí. Fotos familiares sobre las mesas en la espaciosa sala traían consigo recuerdos en los que Ana no había pensado en años. Los elegantes cuadros que colgaban de las paredes le recordaban los viajes que daba con Marta al centro de la ciudad, al estudio de aquel artista que su madre pensaba sería famoso algún día, a comprar cuadros que Encarna llamaría faltos de clase y sustituiría por los que ahora colgaban de la pared. La mesa de la cocina, donde Ana muy a pesar de Encarna solía sentarse a ver a los empleados cocinar, se le hacía mucho más pequeña de lo que recordaba.

Y su cuarto, su cuarto de juventud, pese al tenue olor a polvo, se siente como un viaje extraño al pasado....a esas noches largas rellenas con las charlas con su abuela...a alguna visita de su padre, cuando de niña ponía la música muy alta, que empezaba con un regaño, pero terminaba con ella bailando un buen vals con su Ramón.

Al finalizar el día, según Josefa y Francisco, aún las cosas no están tan en orden como deben estar. Pero todos andan cansados y, ante las insistencias de Ana, deciden que mañana será otro día. Luego de cenar y notando el cansancio de Ana, Teresa propone que era tiempo de irse a la cama a descansar.

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La segunda y terceras plantas, las correspondientes a los dueños, les da una privacidad que Teresa no esperaba tener al llegar y encontrarse con la cariñosa, pero habladora, Josefa. Ana había escogido el cuarto matrimonial que en su tiempo había sido de Marta y Ramón y había insistido, frente a los empleados, en que Teresa ocupara el cuarto contiguo, el que solía ser de Encarna.

Ahora que están solas, sin embargo, no parece que la verdadera intención de Ana sea que Teresa duerma en el cuarto contiguo. Al llegar a él, Teresa nota que su maleta no está allí. Extrañada, Teresa entra al cuarto de Ana a buscar su maleta, pero antes de que pueda hacer algún comentario la voz de Ana la interrumpe.

"Teresa, ven, te quiero enseñar algo."

"Ana...-"

"Veeen. " No dejándola hablar, Ana la agarra por el brazo y la lleva hasta el balcón de su cuarto, el cual da al mar. La luz de la luna resplandece sobre él, y el agua la refleja como si fuera un espejo.

"Yo nunca antes había visto el mar. Se ve precioso." Dice Teresa, llena de asombro.

"Sí, lo es, sobre todo desde aquí. Cuando era pequeña me encantaba cuando mis padres tenían invitados y se pasaban la noche abajo, porque podía sentarme aquí a ver el mar, las estrellas..." recalca Ana, señalándolas. "Era como mi propio rincón mágico."

"Ya entiendo por qué querías terminar tu embarazo aquí. Es muy acogedor, te va a hacer bien. " Le contesta Teresa, cuyo cuerpo, sin pedirle permiso, se acerca al de Ana buscando su calor.

"Nos va a hacer muy bien a las dos." puntualiza Ana enfáticamente. Sus brazos rodean la cintura de Teresa, y Ana la abraza por detrás tan fuerte como su embarazo se lo permite. "Te aseguro que aquí vamos a ser muy felices, Teresa."

Teresa, quien momentáneamente se había perdido en las sensaciones tan profundas que Ana siempre le hacía sentir, se aleja un poco bruscamente.

"Yo, um, vine a buscar mis cosas para llevármelas a mi cuarto."

"Teresa..." le responde Ana, meneando la cabeza.

No pudiendo ni mirarla a la cara, Teresa a pone dentro de su maleta la ropa de dormir que Ana ya le había sacado. "Cualquier cosa que necesites solo tienes que llamar, mandé que te pusieran la campanilla sobre la mesa."

"Teresa."

"Hoy fue un día agotador, que nos ha dejado rendidas y es mejor que...-"

"¡Teresa!" Ana casi grita. Teresa se detiene frente a la maleta sobre la cama, pero no tiene las fuerzas para volverse a mirar su ¿cuñada? ¿amiga?

¿Amante?

"¿De verdad quieres hacer esto ahora? ¿Después de todo lo que ha pasado?" Pregunta Ana, su voz algo pequeña y cansada.

"Ana..." Teresa suspira profundamente, cansada también. "Yo..."

"Está bien, está bien. No importa. No sería la primera vez que duermo sola." dice Ana, dirigiéndose a la puerta que unía los dos cuartos y agarrando el picaporte. "Buenas noches. "

"Ana...-"

"Buenas noches." El tono de Ana ya no da espacio a la discusión.

"Buenas noches, Ana."

Con una última mirada triste y cansada, Teresa sale de la habitación, maleta en mano.

Ana cierra su puerta con seguro.

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