Personajes: Ana Rivas y Teresa García, entre otros.
Autor: natyxg
Notas:
Muchas gracias a Junco, del foro de AETR/AEPS, por ayudarme a revisar lo que escribo antes de publicarlo. ¡Gracias, Junco!
CAPÍTULO DOS (PARTE 1)
"El
recibimiento"
Teresa no está
acostumbrada a dormir sola.
En realidad nunca le
gustó del todo la idea. Cuando era pequeña, el sentir junto a ella
el calor de su madre le daba una sensación de seguridad que nunca
sintió durante su tiempo en Madrid, antes de casarse, cuando a
Carmen le tocaba dormir con su marido y era impansable que
compartiera su cama con su hermano Alfonso o con Simón. Pero ese era
el progreso y muchas hubiesen querido tener una cama para ellas
solas, así que, como la chica buena que siempre fue, aprendió a
dormir sola sin quejarse.
Luego, era Héctor
quien calentaba su cama.
Durante los mejores
momentos de su matrimonio, algunas veces Héctor tenía que pasar
noches fuera de casa por algún caso de esos intrigantes que tanto le
gustaban.
Durante los peores
momentos de su matrimonio, algunas veces Héctor también pasaba la
noche fuera de casa, pero por algún enfado de esos que Teresa nunca
pensó que tendrían. Esos enfados en los que se dicen cosas que ya
nunca se podrán olvidar y que marcan un antes y un después en una
relación.
Fuera cual fuera la
razón para que Héctor no durmiera en casa, Teresa siempre trataba
lo más posible de mantenerse ocupada y de no pensar mucho en la cama
vacía que la esperaba. Y le consolaba el pensar que pronto volvería,
que pronto su cama dejaría de estar vacía... porque él era su
marido y ella su esposa; para bien o para mal él era suyo y ella de
él. Eso era lo simple, lo cómodo, lo honorable, lo que prometió
frente al cura.
Pero ya Teresa no es
de nadie porque dejó a Héctor para irse a cuidar a Ana y, por más
vueltas que le dé, le cuesta demasiado imaginarse a Ana ocupando
permanentemente el espacio vacío en su cama. Ana había ocupado ese
lugar cuando Teresa se había quedado con ella para cuidarla en sus
momentos más críticos, y su calor, el sonido de su respiración y
ese olor que era tan característicamente Ana, cada noche le hacían
sentir... le hacían pensar... le hacían olvidar lo que había
dejado atrás.
Y esas cosas... esas
cosas no pueden ser.
Teresa se lo repite
una y otra vez mientras se acerca a la puerta que une su cuarto con
el de Ana y lucha consigo misma para no abrirla y dormir con ella en
sus brazos.
Las noches son
largas cuando no se puede dormir y Teresa espera, por el bien de Ana,
que al menos ella sí descanse al otro lado de la puerta.
No es que nunca
hayan dormido juntas. Lo hicieron cuando solteras. Lo hicieron cuando
casadas. Lo hicieron luego de que exploraron el cuerpo de la otra de
maneras que aún hacen sonrojar a Teresa....lo hicieron cuando Teresa
hizo de enfermera luego del amago de aborto de Ana.... lo que pasa es
que....
Ahora es diferente.
Teresa dejó a
Héctor para cuidar a Ana, y Ana espera que eso significa que la
escogió a ella.
Pero Teresa no ha
escogido nada. Por más que todo su ser le pida a gritos abrir la
puerta y acurrucarse junto a Ana, su mente le dice que no puede ni
debe.
Las noches son
largas cuando se pasan en vela. Si tuviera un diario a la mano,
Teresa piensa, se dedicaría a escribir en él para matar las horas.
Al menos la cama es cómoda, grande y sedosa.
Al menos siente a
Ana a través de la pared.
En Madrid, Héctor
se desvela también. Cierra los ojos y trata de imaginarse a Teresa
junto a él. Trata de acallar con todas sus fuerzas ese pensamiento
frío y cruel que le insiste que Teresa no volverá jamás, pese a lo
hablado en su llorosa despedida.
En Madrid, Héctor
añora a Teresa.
En Santander, por
más que le aterre admitirlo, Teresa añora a Ana. Solamente a Ana.
##
Los rayos de sol
entran copiosamente por la ventana, desplazándose poco a poco a
través del cuarto de Ana hasta alumbrarlo totalmente. El silencio de
la mañana es perturbado solo por algún pájaro cantando alegremente
desde el enorme árbol de fresno que está cerca de la ventana de
Ana, o por alguna gaviota volando cerca del mar.
En su cama, Ana mira
al techo con ojos cansados y una mano sobre su vientre.
La noche fue larga y
durmió mucho menos de lo que hubiese querido, el rechazo de Teresa
aún vivo en su mente... y en su corazón.
La verdad es que le
duele. Por más paciencia y ternura que haya derrochado al tratar a
Teresa, cada uno de sus rechazos, confusiones y distancias le duelen
más que la anterior, sobre todo después de todo lo que han pasado
juntas.
Ana quiere a Teresa.
Mucho. Más de lo que ha querido a nadie en su vida. Con Teresa todo
siempre hizo sentido. Fue con ella la primera vez que de verdad se
sintió querida simplemente por ser ella. Fue por ella que Ana por
primera vez sintió cosas tan fuertes que al principio la aterraban.
Pero ya no la
asustan. Ahora la emocionan... ahora le dan vida y esperanza. Desde
hace tiempo ha aceptado su amor con un corazón abierto y ha estado
dispuesta a enfrentarse al mundo entero por él.
Ana sabe que para
Teresa no es tan sencillo. Ni por lo práctico y legal, ni por el
bagaje que carga.
Y es por eso, y por
ese amor tan grande que le tiene, que Ana ha esperado y esperado tan
pacientemente durante tanto tiempo. Por eso ha dejado que Teresa
paute el ritmo de todo y ha tratado, siempre, de respetarla y
apoyarla.
Ana mira el reloj.
Ya pronto Dionisio tocará a la puerta para avisarle que el desayuno
estará pronto en la mesa.
Ya pronto tendrá a
Teresa enfrente de nuevo. Teresa le evitará la mirada, evitará el
tema, hablará del niño o de los planes del día.
Ana está cansada de
que Teresa le duela tanto, por más que la ame, por más que ese
dolor mismo sea prueba de que lo suyo es amor.
Después de todo lo
ocurrido, Ana quisiera que las cosas fueran simples... que
simplemente pudieran ser felices y ya. Esa era la pequeña esperanza
que se había permitido tener cuando Teresa llegó a su piso, maleta
en mano, lista para irse con ella. Pero no, con solo unas pocas
palabras, Teresa le había echado por encima un balde de agua fría.
Tocan a la puerta.
"Doña Ana, el
desayuno será servido en media hora."
"Gracias,
Dionisio. Ya pronto bajo."
Ana escucha sus
pasos alejarse y le escucha repetir lo mismo a través de la puerta
de Teresa, cuya respuesta no puede escuchar bien.
Teresa la quiere, de
eso no tiene duda. O al menos eso es lo que se repite constantemente.
Solo tiene que ser paciente y esperar un poquito más. Su momento ya
llegará. ¿Verdad?
Al rato, ya vestida
cómodamente para bajar a desayunar, Ana se mira al espejo y trata de
revestirse de un valor y una paciencia que no sabe si podrá tener
hoy.
Sobre su mesita de
noche, su anillo de casada. Ana lo toma en sus manos, pero antes de
ponerlo en su dedo menea la cabeza y lo guarda bien escondido en un
cofrecito que a su vez guarda en un cajón, fuera de vista.
Con un último
suspiro, Ana sale de su habitación para ir a desayunar.
##
En el comedor, la
mesa está impecable.
Sobre ella hay
tostadas y una buena variedad de esa mermelada inglesa que a Ana y a
Teresa tanto les gusta. El café tiene un aroma encantador y en el
centro de la mesa una magnolia acabada de recoger, seguro idea de
Teresa, le da un toque acogedor al panorama. Frente a la silla que se
presume es de Ana, el periódico de hoy.
"Buenos días."
dice Ana a nadie en específico, y recibe palabras parecidas de
Teresa y Dionisio.
Lo cierto es que Ana
no presta mucha atención a todas esas cosas tan lindas sobre la
mesa. Sus ojos se plasman en Teresa, quien tímidamente trae una
jarra de agua y la pone en la mesa, evitándole la mirada.
Ana retira
bruscamente una silla y se sienta casi de golpe. Teresa lo nota y
abre la boca para decir algo, pero se detiene, aún evitándole la
mirada.
Después de todo lo
que han pasado, Teresa aún sigue con estas cosas. Ana quiere seguir
siendo paciente, pero hoy le duele la espalda, le duelen los pies,
pasó una noche de perros y pase por donde pase todo le recuerda a su
familia... a su familia muerta, algunos de los cuales no pudo ni
enterrar.
"Sabes que no
tienes que hacer eso, Teresa." le dice Ana, cortante.
"Ya se lo he
dicho yo, señora, pero no me hace caso." indica Dionisio, algo
juguetón, antes de salir del comedor.
"Ya; es que yo
no puedo estar mano sobre mano. Y ya he dicho que lo hago con gusto.
No vine de vacaciones Ana, vine a cuidarte. A cuidaros." La
sonrisa de Teresa es tensa, aunque trata de no serlo.
Y ahí está: el
niño.
Ana suspira y menea
la cabeza. Hoy Ana no necesita una enfermera, ni siquiera a una mejor
amiga. Hoy Ana necesita que la mujer que ama la tenga el día entero
entre sus brazos.
Pero Teresa sigue
con estas cosas.
"Lo sé, sí.
Es difícil olvidar que por eso has venido."
Aunque Teresa abre
la boca como para contestar, no tiene el valor. Ana hace como que lee
el periódico, pero observa de reojo a Teresa apartar una silla y
sentarse a su lado.
Comen en silencio,
pero no el silencio del bueno, del cómodo. La tensión se puede
cortar con un cuchillo.
"Me he quedado
impresionada con la casa, Ana. Es preciosa. Hace un rato entré a la
cocina con Doña Josefa y parecía la cocina de un hotel del lujo. Se
me hace tan raro estar en un lugar así."
Silencio.
"¿Dormiste
bien? Recuerda lo que dijo Mauricio, necesitas mucho descanso."
Ana levanta la
mirada. Sus ojos queman.
"Dormí de
maravilla, de maravilla. Aunque debo decir que la cama se me hizo
algo grande." Responde Ana, sarcásticamente.
Teresa nota el
sarcasmo y baja la mirada de nuevo. Juega con la alianza en su dedo
anular. Traga fuertemente antes de seguir tratando de llenar el
silencio, pero siempre evitando los ojos de Ana.
"Llamó el
médico que te recomendó Mauricio. Dijo que viene en la tarde."
"Muy bien."
Ana se toma el último sorbo de café y traga su último trozo de
tostada.
Sin pensarlo, Ana
pasa la mano por el cuello, visiblemente adolorida.
Sin pensarlo, Teresa
se levanta y pone sus manos sobre su cuello y hombros. Aprieta y
masajea tratando de aliviar su molestia.
"Seguro que
dormiste con una mala postura." Ana cierra los ojos y disfruta
la atención. Aunque trata de no hacerlo, Teresa inhala el olor tan
característico de Ana. Menea la cabeza para tratar de salir del
trance.
"Cuando estaba
embarazada, si hubiera sido por mí Héctor se habría pasado pasaría
todos los días haciendo esto."
Ana se tensa al escuchar su nombre y trata de alejarse de las manos de Teresa.
Teresa lo nota.
"Gracias, ya
estoy mejor. "
Teresa se sienta y
juega con su comida. Ahora es Ana quien le evita la mirada.
Dionisio rompe el
silencio del comedor. Ni una ni la otra se habían percatado de su
presencia.
“Le llegó esto,
señora.”
“Gracias,
Dionisio. Puede retirarse.” Ana, extrañada, toma la carta y la
abre. Teresa la mira curiosa. Ana simplemente la guarda de nuevo en
el sobre y la pone junto a su café. Evita mirar a Teresa y se pone a
ver el periódico de nuevo.
Teresa trata de
concentrarse en su café, pero le puede la curiosidad.
“¿Buenas
noticias?”
“Ni buenas ni
malas.”
Más silencio.
Teresa golpea la mesa con sus dedos.
“¿Ah, sí?”
Teresa pregunta.
La respuesta de Ana
tarda, pero llega entre un sorbo de café y su total atención al
periódico.
“Sí. No te
preocupes, Teresa. Es solo una vecina dándome la bienvenida.”
“Pues que buen
vecindario, ¿no?”
“Supongo.”
Ana hace como que
lee el periódico, cuando en realidad sus pensamientos están llenos
de la mujer que tiene a su lado.
Teresa pretende
comer, cuando en realidad no puede dejar de pensar en lo mucho que le
duele la frialdad de la mujer que tiene a su lado.
##