lunes, 15 de septiembre de 2014

Capítulo 2, parte final

Título del fanfic: Por siempre tú
Personajes: Ana Rivas y Teresa García, entre otros.
Autor: natyxg

Notas:



Muchas gracias a Junco, del foro de AETR/AEPS, por ayudarme a revisar lo que escribo antes de publicarlo. ¡Gracias, Junco!  


CAPÍTULO DOS (PARTE FINAL) 



Ni Ana ni Teresa están de humor para recibir invitados, pero la curiosidad y el deseo de mantener las buenas formas, acaban de llegar a Santander, después de todo, las lleva a recibir a la visita misteriosa.

Al bajar las escaleras y llegar al salón principal, Ana y Teresa se encuentran con una mujer de unos sesentaitantos años, vestida con un traje discreto color oscuro, pero con accesorios en exceso que desmerecen la elegancia del vestido. De su cuello cuelga un rosario aparentemente de oro y sus manos están enguantadas. Mientras la mujer mira la casa de arriba a abajo, como inspeccionándola, unas pequeñas gemelas idénticas de unos cinco años están sentadas en el sofá, agarradas de la mano y siguiendo con sus ojos los movimientos de la mujer.

Si no acabaran de tener la discusión que habían tenido, Ana y Teresa seguro compartían una mirada extrañada al toparse con tal escena. Lo que sí hacen es mirar a la mujer por unos momentos, hasta que parece que va a tocar uno de los cuadros en la pared. Ana entonces carraspea la garganta para anunciar su presencia. La mujer pone su mano sobre su pecho, por la sorpresa, pero pronto se recompone y mira a Ana de arriba a abajo antes de sonreír y dirigirse a ella.

"¡Hola! No me diga, usted es la señora de la casa, la niña de los Rivas, ¿verdad? Si es que se le nota, solo de verla se le nota la elegancia Rivas." La mujer le extiende la mano a Ana, quien se la toma cautelosamente.

"Ah... Gracias. Mi nombre es Ana Rivas. ¿Qué puedo-"

"Mucho gusto. Yo soy Doña Catalina Herrero Guzmán, viuda de Gutierrez." De su tono de voz se desprende mucho orgullo. "Y estas son mis nietas, María y Carmencita."

Las niñas se levantan y, sin soltarse de las manos, le sonríen exageradamente a Ana antes de volverse a sentar.

Ana les sonríe incómodamente a las niñas y al levantar la vista se encuentra con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Catalina, lo que no le ayuda a sentirse menos incómoda, y esto encima del mal día que está teniendo.

"Mucho gusto, ¿qué puedo hacer por usted?" le dice Ana a Catalina, haciendo un esfuerzo sobre humano para mantener las buenas formas.

"Espero que no le moleste -ay, ¿te puedo tutear?" Ana abre la boca para contestarle, pero la señora no la deja. "Espero que no te moleste que me presente así como así, aunque bueno, sí te mandé una nota esta mañana, ¿la recibiste?"

Por un momento Ana parece confundida, hasta que la recuerda. "Sí, sí la nota. Muy buen detalle de su parte."

"Ana, como veo que no me necesitas aquí voy a ver si me necesitan en la cocina o algo." La voz de Teresa suena cansada, y le evita la mirada tanto a Ana como a Catalina.

"Muy bien." Ana asienta con la cabeza, triste, también.

Al verlas hablar, Catalina aprovecha para mirar a Teresa de arriba a abajo, algo que no había hecho aún.

"¿Me puedes traer un café?" Catalina se dirige a Teresa por primera vez. "Mi hijo me dice que tomo demasiado, pero es que me encanta, a todas horas."

Antes de que Teresa conteste, Ana interviene. "Ya se encargará alguien del servicio. ¡Dionisio!"

"Ah, pero ella no es-"

"Esta es mi cuñada, Teresa García."

"Oh." Por un momento parece que Catalina quiere que se la trague la tierra, pero se recompone pronto y sonríe una sonrisa que no convence ni a Ana ni a Teresa. "Claro, por supuesto. La hermana del boxeador. Mis disculpas, de verdad." Catalina le extiende la mano a Teresa.

Teresa, no teniendo fuerzas para mucho más, le da la mano. "Está bien, no se preocupe. Buenos días."

Y con esto, Teresa deja a Ana a solas con su visita.

Doña Catalina, según le cuenta a Ana entre sorbo y sorbo de café, es una vecina de Santander, dueña de varios hoteles en la zona más exclusiva de Santander. Su único hijo varón, viudo, anda de viaje y le ha dejado a sus hijas para que se las cuide, algo que ella hace encantada porque son unos angelitos. Cuando lo dice, las niñas sonríen como si estuvieran entrenadas para ello.

A Ana poco le importa todo esto: su mente sigue en Teresa y lo ocurrido antes. No puede quitarse de la cabeza la expresión de dolor en su rostro cuando le dijo que... bueno, cuando le dijo lo que le dijo.

Pese a que la cabeza de Ana está, obviamente, en otro lado, Catalina no reconoce las indirectas de Ana cuando menciona lo largo que fue el viaje, que se le hizo difícil dormir en una cama extraña y que aún tiene muchas cosas que hacer. Aunque a Ana le importa poco la vida de Catalina, a este sí que le importa la de Ana, a juzgar por las tantas preguntas que le hace sobre su familia, su marido muerto, sus grandes Almacenes....

Doña Catalina Herrero Guzmán, viuda de Gutierrez, es una fisgona de esas con las que hay que tener mucho cuidado.

Ana maneja sus preguntas como mejor puede, pero llega a su límite cuando Catalina le pregunta por su anillo de casada, el cual no lleva puesto.

"De verdad que voy a tener que dejarla, es que acabamos de llegar y tengo muchos compromisos que atender." Ana hace un esfuerzo por sonar sincera. Parece que Catalina se lo cree.

"La entiendo, sí, ¡es que se me ha ido el santo al cielo! Lo que pasa es que cuando la compañía es tan grata el tiempo vuela.Yo también tengo muchas cosas que hacer. Estoy en uno de los comités involucrados en la restauración de nuestra Catedral, la de Nuestra Señora de la Asunción. Se quemó hace unos años y llevan mucho tiempo reconstruyéndola, ¿sabes? Ya pronto la inaugurarán de nuevo. " Catalina besa el crucifijo de su rosario y parece orgullosa.

"¿Ah sí? Es digno de admiración usar el tiempo en obras de caridad como esas." Ana alaga falsamente a Catalina y se pone de pie con la esperanza de que la mujer haga lo mismo.

"No es por darme alabanzas vacías, pero sí." Catalina se pone de pie. Las gemelitas hacen lo mismo. "La labor en la casa de Dios es de las más importantes."

Ana comienza a caminar hacia la puerta y Catalina la sigue, pero sin dejar de hablar.

"Has sido muy amable, me alegra haber venido a darte la bienvenida, creo que seremos muy buenas amigas."

Catalina sonríe. Ana palidece un poco.

"¡Vamos, mis amores!" Le dice Catalina a sus nietas, quienes se entretienen mirando el mismo cuadro que antes Catalina casi toca. "Otro día venimos con más tiempo y podéis mirar la casa con más detenimiento." Luego se dirige a Ana. "Es que esta casa tiene una clase y una categoría que hasta las niñas pequeñitas la reconocen."

Ya de pie y aguantando la puerta abierta, Ana no puede más que sonreír y rogar al cielo que la mujer se acabe de ir. "Muchas gracias, es muy amable." Le dice Ana a Catalina, quien le da un beso en cada mejilla y se va.

Por fin.

***

Los atardeceres en Santander son más bonitos de lo que Teresa esperaba. El sol y las nubes se reflejan en el agua de tal manera que parece que hay dos atardeceres, uno arriba y otro abajo, y tanto el azul del mar como el azul del cielo se ven más brillantes de lo esperado. En realidad, Teresa nunca había visto el mar antes de llegar a Santander, pero sospecha que mirarlo será uno de sus pasatiempos favoritos. Apoyada en el marco de la puerta del jardín que da a la playa y mirando el atardecer, Teresa se siente más tranquila de lo que se ha sentido desde que llegaron a Santander.

Después de la visita tan extraña de Catalina, las cosas habían estado muy tensas entre Ana y ella. Se hablaron muy poco y ninguna cenó casi, pese a las insistencias de Josefa.

Si Teresa es sincera, alguna de las cosas que le dijo Ana le atravesaron el alma como si fueran un cuchillo afilado. No hay defensa que valga, sin embargo, y Teresa lo sabe. Solo le queda esperar que Ana nuevamente se apiade de ella y la perdone. A veces teme que podría pasar la vida entera pidiendo perdón y eso no sería suficiente para resarcir todo el daño que ha hecho y sigue haciendo.

Teresa daría lo que fuera por poder vivir en un mundo donde las cosas no fueran tan complicadas.

Sin que Teresa lo note, Ana entra al jardín y la observa, algo triste. Antes había sido completamente sincera, pero pelearse con Teresa la deja agotada. Ella no quiere ser así, no quiere que ellas sean así. Y lo que menos quiere es hacerle daño a Teresa: ver su rostro antes de que llegara Dionisio a avisarle de la llegada de Catalina le había dolido tanto como sus palabras le habían dolido a Teresa.

No queriendo seguir dándole vueltas a todo, Ana se acerca a Teresa, quien siente su presencia, pero no se atreve a decir nada. Cuando Ana pone una mano sobre su hombro, Teresa tímidamente pone una mano sobre la de Ana y se la acaricia.

Teresa traga fuertemente y se obliga a hablar lo más casualmente posible. "Antes te había estado buscando para preguntarte por el jardín."

"Recuerdo que alguna vez mencionaste que siempre habías querido un jardín pero en Madrid no tenías dónde y en el pueblo no tenías tiempo. ¿Te gusta la idea? "

Teresa se da la vuelta y tanto ella como Ana miran el espacio donde estaría el jardín.

"Claro. Podría quedar precioso. Ya me imagino las flores de colores brillantes que podrías poner. Y lo relajante que sería sentarse debajo de un árbol mientras en el fondo se escucha el sonido del agua corriendo por la fuente y de las gaviotas volando... Podría ser como un escondite secreto."

La voz de Teresa tiene ese toque tan inocente que solía tener, y Ana no puede aguantar la sonrisa que se plasma en su rostro. "Ya te imagino sentada aquí, devorándote uno de los libros de la biblioteca."

Aunque no se atreva a decírselo a Ana en voz alta, Teresa no sabe si ella estará allí cuando el jardín esté terminado y en todo su esplendor.

"Creo que antes fui demasiado dura contigo."

Las palabras de Ana sacan a Teresa de sus pensamientos. "No, no, no, todo lo contrario." Teresa menea la cabeza efusivamente. "Conmigo siempre has tenido la paciencia de un santo, creo que no te lo he agradecido lo suficiente." Se sonríen tiernamente, Ana no pudiendo dejar de mirarla con ternura. Teresa baja la vista, avergonzada. "A veces me siento como la peor persona del mundo."

"No digas esas cosas. Sabes muy bien que no lo eres."

"Ana...si pudiera ir hacia atrás y deshacerlo todo, y así no haceros daño, lo haría en un segundo."

Ana no sabe si eso es bueno o es malo. "¿Qué pasó con Héctor que te ha dejado tan trastocada?"

Teresa evita la mirada de Ana y se da la vuelta para mirar el atardecer, de nuevo. "Creo que por primera vez en mucho tiempo lo vi como a una persona que sufre. Las cosas iban tan mal desde hace tanto tiempo, y conmigo se pasó tanto de la raya, que no me había percatado de que debajo de sus brabuconerías lo que hay es mucho dolor. Dolor que yo le causé. Me he portado muy mal con él." Teresa se gira hacia Ana y le agarra la mano. "Contigo también. Perdoname."

Ana acaricia el rostro de Teresa. "Sé que no lo has hecho con mala intención. No tengo nada que perdonarte." Cuando Teresa baja la mirada, Ana pone sus dedos en la barbilla de Teresa y le sube el rostro, para que la mire. Su voz es poco más que un susurro. "Vas a pedirme, nuevamente, que te de tiempo, ¿no?"

"No tengo derecho de pedirte nada, pero lo que necesito es tranquilidad. No quiero pensar en tantas cosas, ni quiero liarme de nuevo. Necesito descansar." Teresa pone su mano en el vientre de Ana. "Creo que ambas necesitamos descansar."

Ana parece triste, pero trata de ocultarlo.

"Ana, yo solamente quiero estar aquí contigo; sin presiones, sin culpas..."

Ana comienza a entender lo que quiere Teresa. "¿Me estás pidiendo que hagamos como si nada hubiese pasado entre nosotras?"

Teresa asienta con la cabeza, pero mira al suelo, avergonzada.

El silencio de los próximos minutos es agobiante para Teresa.

Cuando Teresa teme que se irá enfada de nuevo, Ana le responde. "Antes te he dicho que quererte duele más de lo que te imaginas. No mentí, a veces es así. Pero la mayor parte del tiempo ese amor me hace sentir como si hubiese llegado a casa; como si contigo lo pudiera todo y pudiera con todo. Eso me lo das simplemente siendo tú, y estando aquí. No necesito una enfermera o una amante, Teresa, te necesito a tí. Sea como sea, necesito que estés aquí."

"¿Estás segura de lo que me estás diciendo?"

Ana sonríe, llena de amor. "Dicen que el amor es paciente, ¿no? Y yo te amo más que a nadie en este mundo. Te seguiré esperando hasta el fin de mi vida, si fuera necesario."

Teresa abraza a Ana. Ambas se permiten sentir el calor de la otra. Teresa cierra los ojos, aliviada.

Ana acaricia la espalda de Teresa mientras habla. "Además, a mí tampoco me gusta que estemos enfadadas. Hoy te eché mucho de menos." Teresa, sin contestar y sin alejarse de Ana, asienta con la cabeza. "Anoche también."

Teresa también la extrañó en la noche, pero decirlo justo en este momento no es buena idea, así que se calla.

"Alfonsito" se mueve y Teresa deja de abrazar a Ana para poner su mano sobre su vientre y sentirlo.

Mientras Teresa está tratando de sentir al niño moverse de nuevo, Ana mira el mar a lo lejos y en su rostro se plasma una sonrisa divertida. "Con tanto jaleo ni siquiera te he llevado a la playa. Mañana podemos ir."

"Sí, sí, me parece estupendo."

"Ya mandé a Dionisio a que te consiga un bañador."

Teresa parece que morirá de vergüenza. Ana se ríe.

"¿Queeé? ¡Ana!"

Aún quedan cosas por decirse. Aún quedan cosas por hablar, cosas que solucionar, decisiones por tomar.... pero por ahora tanto Ana como Teresa prefieren dejarlas a un lado con tal de tener esa paz que sienten ahora mismo, compartiendo juguetonamente en su futuro jardín, con el atardecer santanderino alumbrándolo todo color ámbar. Tanto una como la otra necesitan demasiado esa paz como para hacer otra cosa.