viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo Dos

Título del fanfic: Por siempre tú
Personajes: Ana Rivas y Teresa García, entre otros.
Autor: natyxg

Notas:


Muchas gracias a Junco, del foro de AETR/AEPS, por ayudarme a revisar lo que escribo antes de publicarlo. ¡Gracias, Junco!  


CAPÍTULO DOS (PARTE 1)

"El recibimiento"

Teresa no está acostumbrada a dormir sola.

En realidad nunca le gustó del todo la idea. Cuando era pequeña, el sentir junto a ella el calor de su madre le daba una sensación de seguridad que nunca sintió durante su tiempo en Madrid, antes de casarse, cuando a Carmen le tocaba dormir con su marido y era impansable que compartiera su cama con su hermano Alfonso o con Simón. Pero ese era el progreso y muchas hubiesen querido tener una cama para ellas solas, así que, como la chica buena que siempre fue, aprendió a dormir sola sin quejarse.

Luego, era Héctor quien calentaba su cama.

Durante los mejores momentos de su matrimonio, algunas veces Héctor tenía que pasar noches fuera de casa por algún caso de esos intrigantes que tanto le gustaban.

Durante los peores momentos de su matrimonio, algunas veces Héctor también pasaba la noche fuera de casa, pero por algún enfado de esos que Teresa nunca pensó que tendrían. Esos enfados en los que se dicen cosas que ya nunca se podrán olvidar y que marcan un antes y un después en una relación.

Fuera cual fuera la razón para que Héctor no durmiera en casa, Teresa siempre trataba lo más posible de mantenerse ocupada y de no pensar mucho en la cama vacía que la esperaba. Y le consolaba el pensar que pronto volvería, que pronto su cama dejaría de estar vacía... porque él era su marido y ella su esposa; para bien o para mal él era suyo y ella de él. Eso era lo simple, lo cómodo, lo honorable, lo que prometió frente al cura.

Pero ya Teresa no es de nadie porque dejó a Héctor para irse a cuidar a Ana y, por más vueltas que le dé, le cuesta demasiado imaginarse a Ana ocupando permanentemente el espacio vacío en su cama. Ana había ocupado ese lugar cuando Teresa se había quedado con ella para cuidarla en sus momentos más críticos, y su calor, el sonido de su respiración y ese olor que era tan característicamente Ana, cada noche le hacían sentir... le hacían pensar... le hacían olvidar lo que había dejado atrás.

Y esas cosas... esas cosas no pueden ser.

Teresa se lo repite una y otra vez mientras se acerca a la puerta que une su cuarto con el de Ana y lucha consigo misma para no abrirla y dormir con ella en sus brazos.

Las noches son largas cuando no se puede dormir y Teresa espera, por el bien de Ana, que al menos ella sí descanse al otro lado de la puerta.

No es que nunca hayan dormido juntas. Lo hicieron cuando solteras. Lo hicieron cuando casadas. Lo hicieron luego de que exploraron el cuerpo de la otra de maneras que aún hacen sonrojar a Teresa....lo hicieron cuando Teresa hizo de enfermera luego del amago de aborto de Ana.... lo que pasa es que....

Ahora es diferente.

Teresa dejó a Héctor para cuidar a Ana, y Ana espera que eso significa que la escogió a ella.

Pero Teresa no ha escogido nada. Por más que todo su ser le pida a gritos abrir la puerta y acurrucarse junto a Ana, su mente le dice que no puede ni debe.

Las noches son largas cuando se pasan en vela. Si tuviera un diario a la mano, Teresa piensa, se dedicaría a escribir en él para matar las horas. Al menos la cama es cómoda, grande y sedosa.

Al menos siente a Ana a través de la pared.

En Madrid, Héctor se desvela también. Cierra los ojos y trata de imaginarse a Teresa junto a él. Trata de acallar con todas sus fuerzas ese pensamiento frío y cruel que le insiste que Teresa no volverá jamás, pese a lo hablado en su llorosa despedida.

En Madrid, Héctor añora a Teresa.

En Santander, por más que le aterre admitirlo, Teresa añora a Ana. Solamente a Ana.

##

Los rayos de sol entran copiosamente por la ventana, desplazándose poco a poco a través del cuarto de Ana hasta alumbrarlo totalmente. El silencio de la mañana es perturbado solo por algún pájaro cantando alegremente desde el enorme árbol de fresno que está cerca de la ventana de Ana, o por alguna gaviota volando cerca del mar.

En su cama, Ana mira al techo con ojos cansados y una mano sobre su vientre.

La noche fue larga y durmió mucho menos de lo que hubiese querido, el rechazo de Teresa aún vivo en su mente... y en su corazón.

La verdad es que le duele. Por más paciencia y ternura que haya derrochado al tratar a Teresa, cada uno de sus rechazos, confusiones y distancias le duelen más que la anterior, sobre todo después de todo lo que han pasado juntas. 

Ana quiere a Teresa. Mucho. Más de lo que ha querido a nadie en su vida. Con Teresa todo siempre hizo sentido. Fue con ella la primera vez que de verdad se sintió querida simplemente por ser ella. Fue por ella que Ana por primera vez sintió cosas tan fuertes que al principio la aterraban.

Pero ya no la asustan. Ahora la emocionan... ahora le dan vida y esperanza. Desde hace tiempo ha aceptado su amor con un corazón abierto y ha estado dispuesta a enfrentarse al mundo entero por él.

Ana sabe que para Teresa no es tan sencillo. Ni por lo práctico y legal, ni por el bagaje que carga.

Y es por eso, y por ese amor tan grande que le tiene, que Ana ha esperado y esperado tan pacientemente durante tanto tiempo. Por eso ha dejado que Teresa paute el ritmo de todo y ha tratado, siempre, de respetarla y apoyarla.

Ana mira el reloj. Ya pronto Dionisio tocará a la puerta para avisarle que el desayuno estará pronto en la mesa.

Ya pronto tendrá a Teresa enfrente de nuevo. Teresa le evitará la mirada, evitará el tema, hablará del niño o de los planes del día.

Ana está cansada de que Teresa le duela tanto, por más que la ame, por más que ese dolor mismo sea prueba de que lo suyo es amor.

Después de todo lo ocurrido, Ana quisiera que las cosas fueran simples... que simplemente pudieran ser felices y ya. Esa era la pequeña esperanza que se había permitido tener cuando Teresa llegó a su piso, maleta en mano, lista para irse con ella. Pero no, con solo unas pocas palabras, Teresa le había echado por encima un balde de agua fría.

Tocan a la puerta.

"Doña Ana, el desayuno será servido en media hora."

"Gracias, Dionisio. Ya pronto bajo."

Ana escucha sus pasos alejarse y le escucha repetir lo mismo a través de la puerta de Teresa, cuya respuesta no puede escuchar bien.

Teresa la quiere, de eso no tiene duda. O al menos eso es lo que se repite constantemente. Solo tiene que ser paciente y esperar un poquito más. Su momento ya llegará. ¿Verdad?

Al rato, ya vestida cómodamente para bajar a desayunar, Ana se mira al espejo y trata de revestirse de un valor y una paciencia que no sabe si podrá tener hoy.

Sobre su mesita de noche, su anillo de casada. Ana lo toma en sus manos, pero antes de ponerlo en su dedo menea la cabeza y lo guarda bien escondido en un cofrecito que a su vez guarda en un cajón, fuera de vista.

Con un último suspiro, Ana sale de su habitación para ir a desayunar.

##

En el comedor, la mesa está impecable.

Sobre ella hay tostadas y una buena variedad de esa mermelada inglesa que a Ana y a Teresa tanto les gusta. El café tiene un aroma encantador y en el centro de la mesa una magnolia acabada de recoger, seguro idea de Teresa, le da un toque acogedor al panorama. Frente a la silla que se presume es de Ana, el periódico de hoy.

"Buenos días." dice Ana a nadie en específico, y recibe palabras parecidas de Teresa y Dionisio.

Lo cierto es que Ana no presta mucha atención a todas esas cosas tan lindas sobre la mesa. Sus ojos se plasman en Teresa, quien tímidamente trae una jarra de agua y la pone en la mesa, evitándole la mirada.

Ana retira bruscamente una silla y se sienta casi de golpe. Teresa lo nota y abre la boca para decir algo, pero se detiene, aún evitándole la mirada.

Después de todo lo que han pasado, Teresa aún sigue con estas cosas. Ana quiere seguir siendo paciente, pero hoy le duele la espalda, le duelen los pies, pasó una noche de perros y pase por donde pase todo le recuerda a su familia... a su familia muerta, algunos de los cuales no pudo ni enterrar.

"Sabes que no tienes que hacer eso, Teresa." le dice Ana, cortante.

"Ya se lo he dicho yo, señora, pero no me hace caso." indica Dionisio, algo juguetón, antes de salir del comedor.

"Ya; es que yo no puedo estar mano sobre mano. Y ya he dicho que lo hago con gusto. No vine de vacaciones Ana, vine a cuidarte. A cuidaros." La sonrisa de Teresa es tensa, aunque trata de no serlo.

Y ahí está: el niño.

Ana suspira y menea la cabeza. Hoy Ana no necesita una enfermera, ni siquiera a una mejor amiga. Hoy Ana necesita que la mujer que ama la tenga el día entero entre sus brazos.

Pero Teresa sigue con estas cosas.

"Lo sé, sí. Es difícil olvidar que por eso has venido."

Aunque Teresa abre la boca como para contestar, no tiene el valor. Ana hace como que lee el periódico, pero observa de reojo a Teresa apartar una silla y sentarse a su lado.

Comen en silencio, pero no el silencio del bueno, del cómodo. La tensión se puede cortar con un cuchillo.

"Me he quedado impresionada con la casa, Ana. Es preciosa. Hace un rato entré a la cocina con Doña Josefa y parecía la cocina de un hotel del lujo. Se me hace tan raro estar en un lugar así."

Silencio.

"¿Dormiste bien? Recuerda lo que dijo Mauricio, necesitas mucho descanso."

Ana levanta la mirada. Sus ojos queman.

"Dormí de maravilla, de maravilla. Aunque debo decir que la cama se me hizo algo grande." Responde Ana, sarcásticamente.

Teresa nota el sarcasmo y baja la mirada de nuevo. Juega con la alianza en su dedo anular. Traga fuertemente antes de seguir tratando de llenar el silencio, pero siempre evitando los ojos de Ana.

"Llamó el médico que te recomendó Mauricio. Dijo que viene en la tarde."

"Muy bien." Ana se toma el último sorbo de café y traga su último trozo de tostada.

Sin pensarlo, Ana pasa la mano por el cuello, visiblemente adolorida.

Sin pensarlo, Teresa se levanta y pone sus manos sobre su cuello y hombros. Aprieta y masajea tratando de aliviar su molestia.

"Seguro que dormiste con una mala postura." Ana cierra los ojos y disfruta la atención. Aunque trata de no hacerlo, Teresa inhala el olor tan característico de Ana. Menea la cabeza para tratar de salir del trance.

"Cuando estaba embarazada, si hubiera sido por mí Héctor se habría pasado pasaría todos los días haciendo esto."

Ana se tensa al escuchar su nombre y trata de alejarse de las manos de Teresa.

Teresa lo nota.

"Gracias, ya estoy mejor. "

Teresa se sienta y juega con su comida. Ahora es Ana quien le evita la mirada.

Dionisio rompe el silencio del comedor. Ni una ni la otra se habían percatado de su presencia.

“Le llegó esto, señora.”

“Gracias, Dionisio. Puede retirarse.” Ana, extrañada, toma la carta y la abre. Teresa la mira curiosa. Ana simplemente la guarda de nuevo en el sobre y la pone junto a su café. Evita mirar a Teresa y se pone a ver el periódico de nuevo.

Teresa trata de concentrarse en su café, pero le puede la curiosidad.

“¿Buenas noticias?”

“Ni buenas ni malas.”

Más silencio. Teresa golpea la mesa con sus dedos.

“¿Ah, sí?” Teresa pregunta.

La respuesta de Ana tarda, pero llega entre un sorbo de café y su total atención al periódico.

“Sí. No te preocupes, Teresa. Es solo una vecina dándome la bienvenida.”

“Pues que buen vecindario, ¿no?”

“Supongo.”

Ana hace como que lee el periódico, cuando en realidad sus pensamientos están llenos de la mujer que tiene a su lado.

Teresa pretende comer, cuando en realidad no puede dejar de pensar en lo mucho que le duele la frialdad de la mujer que tiene a su lado.

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