Personajes: Ana Rivas y Teresa García, entre otros.
Autor: natyxg
Notas:
Muchas gracias a Junco, del foro de AETR/AEPS, por ayudarme a revisar lo que escribo antes de publicarlo. ¡Gracias, Junco!
CAPÍTULO DOS (PARTE FINAL)
Ni
Ana ni Teresa están de humor para recibir invitados, pero la
curiosidad y el deseo de mantener las buenas formas, acaban de llegar
a Santander, después de todo, las lleva a recibir a la visita
misteriosa.
Al
bajar las escaleras y llegar al salón principal, Ana y Teresa se
encuentran con una mujer de unos sesentaitantos años, vestida con un
traje discreto color oscuro, pero con accesorios en exceso que
desmerecen la elegancia del vestido. De su cuello cuelga un rosario
aparentemente de oro y sus manos están enguantadas. Mientras la
mujer mira la casa de arriba a abajo, como inspeccionándola, unas
pequeñas gemelas idénticas de unos cinco años están sentadas en
el sofá, agarradas de la mano y siguiendo con sus ojos los
movimientos de la mujer.
Si
no acabaran de tener la discusión que habían tenido, Ana y Teresa
seguro compartían una mirada extrañada al toparse con tal escena.
Lo que sí hacen es mirar a la mujer por unos momentos, hasta que
parece que va a tocar uno de los cuadros en la pared. Ana entonces
carraspea la garganta para anunciar su presencia. La mujer pone su
mano sobre su pecho, por la sorpresa, pero pronto se recompone y mira
a Ana de arriba a abajo antes de sonreír y dirigirse a ella.
"¡Hola!
No me diga, usted es la señora de la casa, la niña de los Rivas,
¿verdad? Si es que se le nota, solo de verla se le nota la elegancia
Rivas." La mujer le extiende la mano a Ana, quien se la toma
cautelosamente.
"Ah...
Gracias. Mi nombre es Ana Rivas. ¿Qué puedo-"
"Mucho
gusto. Yo soy Doña Catalina Herrero Guzmán, viuda de Gutierrez."
De su tono de voz se desprende mucho orgullo. "Y estas son mis
nietas, María y Carmencita."
Las
niñas se levantan y, sin soltarse de las manos, le sonríen
exageradamente a Ana antes de volverse a sentar.
Ana
les sonríe incómodamente a las niñas y al levantar la vista se
encuentra con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Catalina,
lo que no le ayuda a sentirse menos incómoda, y esto encima del mal
día que está teniendo.
"Mucho
gusto, ¿qué puedo hacer por usted?" le dice Ana a Catalina,
haciendo un esfuerzo sobre humano para mantener las buenas formas.
"Espero
que no le moleste -ay, ¿te puedo tutear?" Ana abre la boca para
contestarle, pero la señora no la deja. "Espero que no te
moleste que me presente así como así, aunque bueno, sí te mandé
una nota esta mañana, ¿la recibiste?"
Por
un momento Ana parece confundida, hasta que la recuerda. "Sí,
sí la nota. Muy buen detalle de su parte."
"Ana,
como veo que no me necesitas aquí voy a ver si me necesitan en la
cocina o algo." La voz de Teresa suena cansada, y le evita la
mirada tanto a Ana como a Catalina.
"Muy
bien." Ana asienta con la cabeza, triste, también.
Al
verlas hablar, Catalina aprovecha para mirar a Teresa de arriba a
abajo, algo que no había hecho aún.
"¿Me
puedes traer un café?" Catalina se dirige a Teresa por primera
vez. "Mi hijo me dice que tomo demasiado, pero es que me
encanta, a todas horas."
Antes
de que Teresa conteste, Ana interviene. "Ya se encargará
alguien del servicio. ¡Dionisio!"
"Ah,
pero ella no es-"
"Esta
es mi cuñada, Teresa García."
"Oh."
Por un momento parece que Catalina quiere que se la trague la tierra,
pero se recompone pronto y sonríe una sonrisa que no convence ni a
Ana ni a Teresa. "Claro, por supuesto. La hermana del boxeador.
Mis disculpas, de verdad." Catalina le extiende la mano a
Teresa.
Teresa,
no teniendo fuerzas para mucho más, le da la mano. "Está bien,
no se preocupe. Buenos días."
Y
con esto, Teresa deja a Ana a solas con su visita.
Doña
Catalina, según le cuenta a Ana entre sorbo y sorbo de café, es una
vecina de Santander, dueña de varios hoteles en la zona más
exclusiva de Santander. Su único hijo varón, viudo, anda de viaje y
le ha dejado a sus hijas para que se las cuide, algo que ella hace
encantada porque son unos angelitos. Cuando lo dice, las niñas
sonríen como si estuvieran entrenadas para ello.
A
Ana poco le importa todo esto: su mente sigue en Teresa y lo ocurrido
antes. No puede quitarse de la cabeza la expresión de dolor en su
rostro cuando le dijo que... bueno, cuando le dijo lo que le dijo.
Pese
a que la cabeza de Ana está, obviamente, en otro lado, Catalina no
reconoce las indirectas de Ana cuando menciona lo largo que fue el
viaje, que se le hizo difícil dormir en una cama extraña y que aún
tiene muchas cosas que hacer. Aunque a Ana le importa poco la vida de
Catalina, a este sí que le importa la de Ana, a juzgar por las
tantas preguntas que le hace sobre su familia, su marido muerto, sus
grandes Almacenes....
Doña
Catalina Herrero Guzmán, viuda de Gutierrez, es una fisgona de esas
con las que hay que tener mucho cuidado.
Ana
maneja sus preguntas como mejor puede, pero llega a su límite cuando
Catalina le pregunta por su anillo de casada, el cual no lleva
puesto.
"De
verdad que voy a tener que dejarla, es que acabamos de llegar y tengo
muchos compromisos que atender." Ana hace un esfuerzo por sonar
sincera. Parece que Catalina se lo cree.
"La
entiendo, sí, ¡es que se me ha ido el santo al cielo! Lo que pasa
es que cuando la compañía es tan grata el tiempo vuela.Yo también
tengo muchas cosas que hacer. Estoy en uno de los comités
involucrados en la restauración de nuestra Catedral, la de Nuestra
Señora de la Asunción. Se quemó hace unos años y llevan mucho
tiempo reconstruyéndola, ¿sabes? Ya pronto la inaugurarán de
nuevo. " Catalina besa el crucifijo de su rosario y parece
orgullosa.
"¿Ah
sí? Es digno de admiración usar el tiempo en obras de caridad como
esas." Ana alaga falsamente a Catalina y se pone de pie con la
esperanza de que la mujer haga lo mismo.
"No
es por darme alabanzas vacías, pero sí." Catalina se pone de
pie. Las gemelitas hacen lo mismo. "La labor en la casa de Dios
es de las más importantes."
Ana
comienza a caminar hacia la puerta y Catalina la sigue, pero sin
dejar de hablar.
"Has
sido muy amable, me alegra haber venido a darte la bienvenida, creo
que seremos muy buenas amigas."
Catalina
sonríe. Ana palidece un poco.
"¡Vamos,
mis amores!" Le dice Catalina a sus nietas, quienes se
entretienen mirando el mismo cuadro que antes Catalina casi toca.
"Otro día venimos con más tiempo y podéis mirar la casa con
más detenimiento." Luego se dirige a Ana. "Es que esta
casa tiene una clase y una categoría que hasta las niñas pequeñitas
la reconocen."
Ya
de pie y aguantando la puerta abierta, Ana no puede más que sonreír
y rogar al cielo que la mujer se acabe de ir. "Muchas gracias,
es muy amable." Le dice Ana a Catalina, quien le da un beso en
cada mejilla y se va.
Por
fin.
***
Los
atardeceres en Santander son más bonitos de lo que Teresa esperaba.
El sol y las nubes se reflejan en el agua de tal manera que parece
que hay dos atardeceres, uno arriba y otro abajo, y tanto el azul del
mar como el azul del cielo se ven más brillantes de lo esperado. En
realidad, Teresa nunca había visto el mar antes de llegar a
Santander, pero sospecha que mirarlo será uno de sus pasatiempos
favoritos. Apoyada en el marco de la puerta del jardín que da a la
playa y mirando el atardecer, Teresa se siente más tranquila de lo
que se ha sentido desde que llegaron a Santander.
Después
de la visita tan extraña de Catalina, las cosas habían estado muy
tensas entre Ana y ella. Se hablaron muy poco y ninguna cenó casi,
pese a las insistencias de Josefa.
Si
Teresa es sincera, alguna de las cosas que le dijo Ana le atravesaron
el alma como si fueran un cuchillo afilado. No hay defensa que valga,
sin embargo, y Teresa lo sabe. Solo le queda esperar que Ana
nuevamente se apiade de ella y la perdone. A veces teme que podría
pasar la vida entera pidiendo perdón y eso no sería suficiente para
resarcir todo el daño que ha hecho y sigue haciendo.
Teresa
daría lo que fuera por poder vivir en un mundo donde las cosas no
fueran tan complicadas.
Sin
que Teresa lo note, Ana entra al jardín y la observa, algo triste.
Antes había sido completamente sincera, pero pelearse con Teresa la
deja agotada. Ella no quiere ser así, no quiere que ellas sean así.
Y lo que menos quiere es hacerle daño a Teresa: ver su rostro antes
de que llegara Dionisio a avisarle de la llegada de Catalina le había
dolido tanto como sus palabras le habían dolido a Teresa.
No
queriendo seguir dándole vueltas a todo, Ana se acerca a Teresa,
quien siente su presencia, pero no se atreve a decir nada. Cuando Ana
pone una mano sobre su hombro, Teresa tímidamente pone una mano
sobre la de Ana y se la acaricia.
Teresa
traga fuertemente y se obliga a hablar lo más casualmente posible.
"Antes te había estado buscando para preguntarte por el
jardín."
"Recuerdo
que alguna vez mencionaste que siempre habías querido un jardín
pero en Madrid no tenías dónde y en el pueblo no tenías tiempo.
¿Te gusta la idea? "
Teresa
se da la vuelta y tanto ella como Ana miran el espacio donde estaría
el jardín.
"Claro.
Podría quedar precioso. Ya me imagino las flores de colores
brillantes que podrías poner. Y lo relajante que sería sentarse
debajo de un árbol mientras en el fondo se escucha el sonido del
agua corriendo por la fuente y de las gaviotas volando... Podría ser
como un escondite secreto."
La
voz de Teresa tiene ese toque tan inocente que solía tener, y Ana no
puede aguantar la sonrisa que se plasma en su rostro. "Ya te
imagino sentada aquí, devorándote uno de los libros de la
biblioteca."
Aunque
no se atreva a decírselo a Ana en voz alta, Teresa no sabe si ella
estará allí cuando el jardín esté terminado y en todo su
esplendor.
"Creo
que antes fui demasiado dura contigo."
Las
palabras de Ana sacan a Teresa de sus pensamientos. "No, no, no,
todo lo contrario." Teresa menea la cabeza efusivamente.
"Conmigo siempre has tenido la paciencia de un santo, creo que
no te lo he agradecido lo suficiente." Se sonríen tiernamente,
Ana no pudiendo dejar de mirarla con ternura. Teresa baja la vista,
avergonzada. "A veces me siento como la peor persona del mundo."
"No
digas esas cosas. Sabes muy bien que no lo eres."
"Ana...si
pudiera ir hacia atrás y deshacerlo todo, y así no haceros daño,
lo haría en un segundo."
Ana
no sabe si eso es bueno o es malo. "¿Qué pasó con Héctor que
te ha dejado tan trastocada?"
Teresa
evita la mirada de Ana y se da la vuelta para mirar el atardecer, de
nuevo. "Creo que por primera vez en mucho tiempo lo vi como a
una persona que sufre. Las cosas iban tan mal desde hace tanto
tiempo, y conmigo se pasó tanto de la raya, que no me había
percatado de que debajo de sus brabuconerías lo que hay es mucho
dolor. Dolor que yo le causé. Me he portado muy mal con él."
Teresa se gira hacia Ana y le agarra la mano. "Contigo también.
Perdoname."
Ana
acaricia el rostro de Teresa. "Sé que no lo has hecho con mala
intención. No tengo nada que perdonarte." Cuando Teresa baja la
mirada, Ana pone sus dedos en la barbilla de Teresa y le sube el
rostro, para que la mire. Su voz es poco más que un susurro. "Vas
a pedirme, nuevamente, que te de tiempo, ¿no?"
"No
tengo derecho de pedirte nada, pero lo que necesito es tranquilidad.
No quiero pensar en tantas cosas, ni quiero liarme de nuevo. Necesito
descansar." Teresa pone su mano en el vientre de Ana. "Creo
que ambas necesitamos descansar."
Ana
parece triste, pero trata de ocultarlo.
"Ana,
yo solamente quiero estar aquí contigo; sin presiones, sin
culpas..."
Ana
comienza a entender lo que quiere Teresa. "¿Me estás pidiendo
que hagamos como si nada hubiese pasado entre nosotras?"
Teresa
asienta con la cabeza, pero mira al suelo, avergonzada.
El
silencio de los próximos minutos es agobiante para Teresa.
Cuando
Teresa teme que se irá enfada de nuevo, Ana le responde. "Antes
te he dicho que quererte duele más de lo que te imaginas. No mentí,
a veces es así. Pero la mayor parte del tiempo ese amor me hace
sentir como si hubiese llegado a casa; como si contigo lo pudiera
todo y pudiera con todo. Eso me lo das simplemente siendo tú, y
estando aquí. No necesito una enfermera o una amante, Teresa, te
necesito a tí. Sea como sea, necesito que estés aquí."
"¿Estás
segura de lo que me estás diciendo?"
Ana
sonríe, llena de amor. "Dicen que el amor es paciente, ¿no? Y
yo te amo más que a nadie en este mundo. Te seguiré esperando hasta
el fin de mi vida, si fuera necesario."
Teresa
abraza a Ana. Ambas se permiten sentir el calor de la otra. Teresa
cierra los ojos, aliviada.
Ana
acaricia la espalda de Teresa mientras habla. "Además, a mí
tampoco me gusta que estemos enfadadas. Hoy te eché mucho de menos."
Teresa, sin contestar y sin alejarse de Ana, asienta con la cabeza.
"Anoche también."
Teresa
también la extrañó en la noche, pero decirlo justo en este momento
no es buena idea, así que se calla.
"Alfonsito"
se mueve y Teresa deja de abrazar a Ana para poner su mano sobre su
vientre y sentirlo.
Mientras
Teresa está tratando de sentir al niño moverse de nuevo, Ana mira
el mar a lo lejos y en su rostro se plasma una sonrisa divertida.
"Con tanto jaleo ni siquiera te he llevado a la playa. Mañana
podemos ir."
"Sí,
sí, me parece estupendo."
"Ya
mandé a Dionisio a que te consiga un bañador."
Teresa
parece que morirá de vergüenza. Ana se ríe.
"¿Queeé?
¡Ana!"
Aún
quedan cosas por decirse. Aún quedan cosas por hablar, cosas que
solucionar, decisiones por tomar.... pero por ahora tanto Ana como
Teresa prefieren dejarlas a un lado con tal de tener esa paz que
sienten ahora mismo, compartiendo juguetonamente en su futuro jardín,
con el atardecer santanderino alumbrándolo todo color ámbar. Tanto
una como la otra necesitan demasiado esa paz como para hacer otra
cosa.
Me gustan muchos tus relatos , espero que puedas seguir , saludos =)
ResponderBorrarMuy bonito, natyxg, como siempre.
ResponderBorrar¿Qué pretenderá esa tal Catalina? Bueno, a Ana y a Teresa no creo que les importara mucho, ambas estaban pensando en otras cosas.
Ana no puede estar mucho tiempo enfadada con Teresa, le duele verla triste. Y con su paciencia infinita es capaz de pensar en algo para que no se sienta incómoda, porque a pesar de todo a Ana no le que más le importa es tener a Teresa a su lado, sea como sea. Con ella lo puede todo y puede con todo. Si tiene que ser haciendo como que nada pasó entre ellas, pues así será. A ver lo que aguanta Teresa… Eso sí, Ana no se privó de hacerle saber que esa noche la echó de menos. Teresa también la echa de menos por la noche, aunque no lo diga porque no procede. Eso sería reconocer que ellas también tiene presente que sí, que sí pasó algo entre ellas.
Me imagino a Dionisio eligiendo un bañador para Teresa, je, je, je…
Muchas gracias por comentar, Laura y fusión! Me alegra que el trocito les haya gustado. :)
ResponderBorrarHola Natyxg , aun espero con ansias la continuación de tu relato de Ana y Teresa, un abrazo enorme
BorrarMe encanta el relato, continuarias con el por favor?
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